top of page

Lo que viene: Próximas aventuras literarias

(Historias casi listas para ver la luz, pero aún pueden tener ajustes, incluso en su portada.)

FOTO SANGRIENTA.jpg

​El pueblo no tiene memoria nos lleva a las entrañas de la política oscura en Santa María del Valle, México, un pueblo donde la corrupción y la ambición se tejen en un entramado impenetrable. Las familias de poder manejan los hilos invisibles de la política y la vida pública, asegurando que nada se mueva sin su consentimiento. Pero todo cambia cuando un joven heredero y candidato a la presidencia municipal aparece asesinado. El caos y el miedo se extienden como pólvora, y no será la única vida que se cobre esta espiral de violencia.

 En medio de esta turbulencia, una mujer regresa al pueblo tras más de veinte años, trayendo consigo un secreto que amenaza con desenterrar un pasado sombrío.

Otro joven político, atrapado en una red de mentiras y traiciones, busca respuestas en un sistema diseñado para silenciar a cualquiera que desafíe su orden. Aquí, la justicia es una palabra vacía, manipulada por aquellos que no conocen límites en su deseo de control y enriquecimiento. En este lugar, el poder no se otorga ni se gana: se arrebata. Quienes desafían las reglas impuestas por las sombras enfrentan la implacable venganza de quienes aplican la ley a su manera, mientras el pueblo, cómplice de su propia decadencia, prefiere olvidar. Porque en este rincón del mundo, el pueblo no tiene memoria.

Portada LINCE ROJO 1.jpg

Mi nombre es Ichámal, voz que resuena entre los ecos de los Guachichiles y los susurros lejanos de España. Nací bajo el cielo vasto que cubre las tierras áridas del norte de lo que ahora llaman México, un lugar donde dos mundos chocaron y se fundieron, aunque no siempre en armonía.

Mi madre es hija de los Guachichiles, guerreros indómitos de cabellos en llamas, teñidos con el rojo de la tierra que defienden. Me legó su lugar en este mundo, sacrificando su propia vida para otorgarme la mía. De ella heredé el fuego del espíritu y la profundidad de los ojos que ven más allá de las montañas y los desiertos. Mi padre, un español, llegó con otros muchos, sedientos de riquezas y gloria, armados de metal y ambición, cambiando para siempre el curso de nuestras vidas.​ Nunca lo conocí. Solo sé de él por las historias que mi sijtli (abuela) narra, con voz quebrada, cuando la luna asciende y nos cubre con su manto de estrellas y secretos. Fue en una de esas noches cuando supe que mi existencia fue fruto no del amor, sino de la violencia, un acto de dominación que dejó en mi ser una marca indeleble, una herida que no sangra pero duele.

A pesar de este dolor, mi sijtli nunca me vio con otros ojos que no fueran de amor. En su mirada, yo soy simplemente Ichámal, su nieto, el puente entre dos mundos, capaz de andar en ambos sin pertenecer completamente a ninguno. Ella me enseñó el lenguaje de la tierra, los secretos del viento y el agua, y cómo escuchar el susurro de nuestros antepasados en el crujir de las hojas.

​

Crecí a la sombra de una sociedad que me miraba con desdén, marcado por el origen de mi nacimiento. Los otros niños, mestizos como yo pero nacidos en circunstancias diferentes y reconocidos por su padre español, jugaban lejos, sus risas un recordatorio constante de mi aislamiento. Los españoles, por su parte, nunca dejaron de verme como una curiosidad, un recordatorio viviente de sus propios excesos y pecados. Sin embargo, dentro de mí ardía un deseo, heredado de mi madre, de resistir, de probar que ni mi origen ni mi nacimiento definían mi valor. Me refugié en el aprendizaje, absorbiendo todo lo que podía de ambos mundos, convirtiéndome en un puente de entendimiento, aunque rara vez me sentía completamente aceptado en alguno.

     Mi sijtli solía decirme que los árboles más fuertes crecen en tierras agitadas por el viento, pues sus raíces se aferran más profundamente a la tierra. Así, decidí usar mi posición única no como una barrera, sino como un medio para forjar mi propio camino, uno que entrelazara las fortalezas de mis dos herencias.

Y así, mientras caminaba bajo el vasto cielo, entre el rojo de la tierra de mis ancestros y el eco de palabras en español que fluían ahora libremente de mis labios, supe que mi historia era solo una entre muchas, un hilo en el tejido complejo y colorido de este nuevo mundo. Un mundo donde, quizás, un día, los niños como yo podrían caminar sin el peso del origen marcando su destino.

Aunque las sombras del pasado se alargan y el futuro es incierto, llevo dentro de mí la esperanza y la promesa de un puente entre mundos, una promesa de entendimiento y, quizás, de reconciliación. Soy Ichámal, hijo de dos mundos, portador de dos historias, y mi camino apenas comienza.

bottom of page